viernes, 25 de marzo de 2016

Guapos en el reino de la fealdad


Hasta hace poco, sólo la carne fea era considerada obscena. Casi nadie, en cambio, calificaba de obscenos los rincones más íntimos de una carne bella, admirada como motivo artístico o publicitario. “Esta gorda no debería exhibirse con un bañador tan ajustado”, comentaba el otro día en la playa una mujer 90-60-90 a su marido, que asintió con la mirada perdida en los deliciosos glúteos de una venus de invisible tanga. Esta versión estética del viejo moralismo empezó en una esquina de los años setenta. Una esquina en la que coincidieron dos factores. 

Por un lado: la liberación de costumbres iniciada unos años antes en los adoquines de París, las tiendas de Carnaby Street y los campus de California. Y por otro, el triunfo de la televisión como templo del nuevo dogma: la imagen corporal. Antes de Mayo del 68, la palabra obscenidad era sinónimo de indecencia y formaba parte de un código moral. Después de Mayo de 68, el concepto obscenidad se ha asociado tan sólo a los cuerpos sin gracia y ha formado parte de un código casi racial.


 La falta de atractivo es la principal causa de la infelicidad de mujeres y jóvenes, que se someten a todo tipo de torturas para alcanzar el peso ideal, para luchar contra el tiempo o para obtener rasgos y curvas socialmente aceptables. Presentadores y modelos han ocupado el lugar que antiguamente se reservaba a los héroes y santos. Los guapos se han exhibido ante el público con la mirada seria y displicente.


 Mirada de antiguos reyes absolutistas. Con severidad parecida, caminan las chicas guapas por la calle. La belleza ya no sonríe. Las modelos avanzan por la pasarela como divinidades ofendidas. Mozos apolíneos se enfrentan a la cámara como príncipes asqueados. La belleza moderna es taciturna. 

En este contexto, los feos y gordos caminaron durante años por las calles casi en pose penitente, como si pidieran perdón. De un tiempo a esta parte, sin embargo, en la televisión triunfa el cutrerío, la grosería, la indecencia soez. Y, sin derribar los altares de la belleza, las masas de nuestras ciudades abrazan otro dogma: la estética de la dejadez y el abandono. Chancletas que proclaman la suciedad de los pies, apoteosis del tatuaje, ostensible negligencia en el vestido y el peinado, exhibición en plena calle de barrigas cerveceras o apolíneas, enormes parcelas de glúteos gordos o flacos, recuperación del gargajo y del orín callejero, renacimiento del grito y el descaro. No son solo los llamados turistas de chancleta. El grunge se ha generalizado. 


No triunfan los feos, que continúan pidiendo perdón a los guapos. Triunfa lo feo, que es cosa distinta. Triunfa lo desagradable. Para martirio de los que creemos que decoro y urbanidad son instrumentos esenciales del respeto mutuo, sin el cual la democracia cotidiana tanto se resiente.




(Source: lavanguardia.com) votar

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